El año pasado tuve la oportunidad única de volar como copiloto en un viaje de misiones. El capitán de ese pequeño avión me invitó a tomar ese lugar durante el vuelo, invitación a la cual no me resistí, pues el ser piloto fue mi sueño, alguna vez en mi vida.
Fue una experiencia única y extraordinaria. Disfruté enormemente el vuelo, sobre todo la conversación con el capitán pues me dio explicaciones sobre los diferentes instrumentos de ese pequeño avión. Me enseñó que, para mantener la estabilidad del aeroplano, el motor debía consumir a la vez la misma cantidad de combustible de los dos tanques situados en cada ala. Me encomendó la tarea de revisar los instrumentos y notificarle lo que iba leyendo. Me explicó cómo observar la sombra de las nubes en la superficie de la tierra con el fin de evitarlas para saber por dónde volar el avión. Conversamos mucho durante las tres horas y veinte minutos que duró el vuelo y hasta me invitó un rico chocolate suizo que compartimos con mucho gozo.
Le expliqué que no sabía cómo podía entender las conversaciones con los pilotos de otros aviones o con la torre de control, a lo que me respondió: “una vez que se aprende la jerga, uno entiende lo que se dice.” Finalmente, el piloto, con la ayuda de los instrumentos, ubicó la pista de aterrizaje en medio de la nada y, con su gran experiencia basada en la práctica, hizo un super aterrizaje.
¿Por qué traigo esta experiencia como tópico de reflexión en este tiempo de Cuaresma? Reflexionando sobre aquello me dije: “que increíble es: volar con un buen piloto; saber el puesto que me corresponde; seguir las instrucciones que me dieron; disfrutar de una buena conversación sobre la vida; saborear un buen chocolate; y aceptar que el vuelo es bueno, aunque movido, porque hemos puesto la confianza en alguien que nos llevará al destino correcto porque sabe más que uno.”
La Cuaresma nos invita a reflexionar lo que ha sido la jornada de nuestra vida y revisar con qué coordenadas la hemos vivido. ¿Cuántas veces he tomado un lugar que no me corresponde y he volado solo, pensando que yo era el capitán? ¿Cuántas veces me he olvidado de comunicarme con el Señor y lo he ignorado, volando por rutas desconocidas, con turbulencias, guiado por el orgullo y la falta de humildad?
¿Cuántas veces he preferido no acatar lo que me indicaron los instrumentos de mi corazón y conciencia, pues me he creído un super capitán y he ignorado esos instrumentos que me ha dado el Señor para encontrar y reconocer el verdadero rumbo de la vida?
¿Cuántas veces no he podido hacer realidad proyectos por haber sobrevolado y sobrevolado sin poder encontrar la pista, pues el orgullo y la soberbia hicieron que perdiera el norte de la pista que el Señor Jesús tiene para que sus proyectos, y no los míos, encuentren donde aterrizar y dar fruto?
La Cuaresma es tiempo de gracia que se nos ofrece para reflexionar: reconocer el verdadero rol que Dios quiere que yo tenga en esta bella jornada de la vida y también reconocer el lugar que le corresponde a Jesús en mi corazón y en mi vida.
La Cuaresma es un tiempo que la Iglesia nos ofrece para dejar que Dios haga un verdadero mantenimiento de nuestro corazón y conciencia con los instrumentos del ayuno, limosna, y oración - así como se mantiene regularmente la máquina de un avión para que pueda volar bien. A través del instrumento del ayuno aprendemos a privarnos de la basura y miseria del mundo. El dar limosna nos ayuda a crecer en desprendimiento de lo que uno posee para compartirlo y ayudar al prójimo. La oración es el instrumento que nos ayuda a aprender y practicar la “jerga” del vocabulario de Jesús – la oración nos ayuda a escuchar y entender Sus coordenadas para nuestra vida. Aprendiendo ese lenguaje, que nace de quien es Amor y que por Amor nos creó, aprendemos a conversar con Él, Jesús.
Durante este tiempo hay que reconocer también la necesidad de la práctica del sacramento de la Confesión para dejar que Jesús despeje el alma de la oscuridad causada por las nubes del pecado, que nos oculta el rostro del Señor en el prójimo y nos ciega el poder ver todas las manifestaciones del infinito Amor de Dios en nuestras vidas.
La finalidad de la Cuaresma es prepararnos, es decir, dejar que Jesús nos prepare para la celebración de la Semana Mayor, que culmina con el triunfo de la Vida sobre la muerte, del Amor sobre el pecado, de la Luz sobre las tinieblas: ¡el triunfo de Jesús!
Para celebrar este triunfo no podemos escapar, o ignorar las coordenadas del Jueves Santo, Viernes Santo, y la soledad del Sábado Santo, pues, si no vivimos con Jesús esos días de desprendimiento - de despegue del egoísmo - tampoco podremos hacer la jornada para experimentar la vida de Jesús.
Recordemos que ninguno de nosotros es el capitán; somos, cada uno, copiloto en esta jornada de la vida, que tiene como meta el Amor perfecto de Jesús en la vida eterna. El puesto de capitán en mi corazón le corresponde a Jesús, quien guía mi vida y a quien le pertenece y, solo con Él se puede establecer la victoria para poder vivirla como anticipación de la vida eterna que Él nos ofrece y, a la cual, solo Él nos puede guiar.