¿Dónde lo encontrarás?
Al meditar en los relatos sobre el nacimiento de Jesús, dos acontecimientos me llaman la atención: aquellos que fueron los primeros en recibir el anuncio de la buena nueva, y el lugar donde encuentran los pastores al Niño Jesús.
Primero, el anuncio de la alegría del nacimiento de Jesús fue hecha a los pastores. ¿Por qué? Los pastores estaban en vigilia, cuidando de sus rebaños, y por eso fueron los primeros en recibir el anuncio.
Segundo, al recibir el anuncio del nacimiento del Mesías – el esperado, el libertador – los pastores fueron de inmediato a Belén y encontraron a un bebé en un pesebre – ¡a Dios en un pesebre!
Es misteriosa la forma en la que Dios Padre escoge revelar a su Hijo.
¡Qué gran lección para nosotros hoy en día! El Hijo de Dios hecho hombre se nos manifiesta en la grandeza de la pequeñez. Es en esa pequeñez que vemos como Dios destruye todas nuestras expectativas y se nos manifiesta de la forma menos esperada.
En el mundo en que vivimos, con el bullicio que nos rodea, en lo ocupados que nos encontramos, ¿cuántos de nosotros estamos a la expectativa, en vigilia, para escuchar esa Buena Nueva de Jesús? Los pastores estaban cumpliendo con su trabajo y es precisamente en medio de ese trabajo ordinario que reciben el mensaje y salen al encuentro del Mesías.
Nosotros no podemos usar nuestro oficio, nuestros trabajos, como excusa para no escuchar a Jesús; mas bien debemos preguntarnos porque las distracciones del mundo, las aparentes consolaciones, nos impiden recibir y escuchar la Buena Nueva de Jesús.
¿Dónde encontraron los pastores al niño Jesús? ¡Lo encontraron en un pesebre – un bebé en un pesebre – a Dios hecho hombre en un pesebre! Y, ¿qué hicieron los pastores cuando lo encontraron? Lo adoraron, simplemente lo adoraron.
¿Dónde pensamos encontrar a Jesús, y cuáles son nuestras expectativas? Todos los momentos y circunstancias de la vida diaria pueden ser momentos de vigilancia para encontrar y reconocer las manifestaciones del Amor de Jesús. Esas manifestaciones no las hace Dios de forma extraordinaria, sino de forma extraordinariamente ordinaria. ¿Cómo? Las hace en el “gracias” que alguien nos dice, en un cumplido que recibimos, en una palabra de aprecio, en un abrazo, en una llamada telefónica, en una reunión familiar o con amigos, en una nota, en un encuentro con la Misericordia en el Sacramento de la Confesión, en la celebración de la Santa Misa, en un atardecer… Son en estas y en muchas otras formas como Jesús se nos manifiesta y nos deja experimentar su Amor y misericordia.
Ese plan de Dios – la manera de hacer sus manifestaciones – rompe con todas nuestras expectativas y condicionamientos. La vida y el Amor de Dios son regalos – sorpresas que nos da para hacernos feliz. En el plan de Dios, nuestro vivir viene a ser un encuentro con aquel que es Vida misma, quien busca y quiere ser parte de la nuestra – ser parte de nuestra historia.
La historia de salvación que Dios Padre nos propone a través de su Hijo solo es posible – se realiza – cuando permitimos que Jesús sea parte de nuestra historia. De esta forma nos hace parte de la historia de la salvación.
La salvación es una propuesta que Dios nos hace – no la impone – y solo es posible vivirla cuando Jesús es parte de nuestras vidas.
Nos podemos preguntar: ¿salvación de qué? Tristemente, muchas veces pensamos que estamos salvos por nuestros propios méritos, es decir, que no hace falta Jesús.
Todos necesitamos la salvación de la oscuridad de nuestro egoísmo, del individualismo, del pecado, de la falta de Amor, de la soledad, de todo aquello que nos separa a los unos de los otros, de todo aquello que no nos permite apreciar ni cuidar de la vida y la creación.
La Navidad nos presenta una oportunidad de encuentro, de encuentro con nuestras familias, con nuestros seres queridos, y así, redescubrir y fortalecer el Amor.
No creemos expectativas falsas de lo que queremos encontrar, sino más bien preparémonos para recibir esas expresiones de Amor de Jesús, sea como ellas vengan. Es preciso que nos abramos a las sorpresas que el Amor traiga en la forma menos esperada.
Recordemos que el Amor se expresa de la forma más espectacularmente ordinaria, y el único corazón que puede descubrirla y rendirle homenaje, es un corazón sencillo y humilde, que está abierto a dejarse sorprender con lo ordinario de lo extraordinario del Amor de Jesús hecho hombre, que busca ser parte de nuestra vida.
Seamos como los pastores de Belén, en vigilia permanente al encuentro con Jesús – Dios hecho hombre.
Que estas Navidades y Año Nuevo nos permitan siempre escuchar, descubrir, y vivir el misterio de Dios hecho hombre, reconociéndolo en el rostro de nuestros hermanos y gloriándonos en el regalo de la creación.