¿Cómo disfrutar el don de saber escuchar? Solo lo hacemos al caminar juntos como Iglesia.
Cuando se viaja, es muy interesante encontrar culturas diferentes a las de uno. Viajar es salir de la zona del confort — es exponerse a un mundo nuevo de experiencias que enriquecen y obligan a hacer el esfuerzo de escuchar para tratar de entender lo que otros nos quieren comunicar, a veces en idioma ajeno.
Algo que note especialmente en mi último viaje al exterior fue que en los restaurantes no había música de fondo, ni competencia de pantallas de televisión con el fin de entretener a los comensales — experiencia muy interesante.
Otra cosa que me llamo la atención fue el casi nulo uso del celular durante las comidas — no había personas texting o usando social media.
¿Cuál fue la música de fondo en estos lugares, en estos restaurantes? Las voces, la risa — ¡que sinfonía tan perfecta hace la voz humana cuando tiene alguien quien la escuche!
Cuando uno tiene invitados para cenar, o se es un invitado, ¿cuál es el gol? Es compartir con el prójimo — es pasar un tiempo juntos. No hay mejor sazón para la cena que la compañía. El pasar tiempo juntos significa dejar amplio espacio para escuchar y compartir, para conversar y hablar, para estar juntos. Esto solo es posible cuando uno está presente al prójimo. Son momentos de enriquecimiento y crecimiento como personas.
Hoy en día, la corriente actual busca silenciar la voz humana e ignorar al prójimo. Para lograr conocer al prójimo es necesario apagar la bulla de la cultura actual y hacer espacio para escuchar y compartir. Esta es la esencia del Amor. El Amor nos reta a abrirnos al prójimo para que encuentren ellos un espacio en nuestras vidas, en nuestro corazón. Es precisamente en el encuentro con el prójimo – con nuestros hermanos y hermanas — que nos encontramos con un universo completamente nuevo, que nos invita a dejarnos conocer, que nos invita al Amor.
Nosotros no existimos en las nubes: somos reales y nos necesitamos — necesitamos pertenecer al universo del hermano o hermana; necesitamos aprender a escuchar su idioma para entenderlo, y una vez que lo entendamos hablar, conversar, y compartir.
La voz, la riza, la presencia, el silencio son tesoros que están desapareciendo. Esto pone al ser humano en un mundo irreal: un mundo que no existe y para el cual no fue creado. El aislamiento, el vacío, y la oscuridad de ignorar al prójimo convierten al ser humano en aparente dueño y señor de su propia ley, donde solo le importa su propia agenda y parecer. Así, crea un universo falso donde los seres humanos vienen a ser como pequeños planetas, cada uno con su propia orbita y sin pertenecer a un sistema. Esta falsa realidad ignora el lugar, la historia, y el propósito de la vida, y las reemplaza con un goles individualistas y egoístas donde el hombre se cree el centro del universo a costa de los demás.
El mundo y nuestra Iglesia reclaman nuestro liderazgo, nuestro corazón, nuestra voz; reclaman el respeto y la alegría, nuestra responsabilidad, nuestra presencia, nuestra apertura y talentos. Nos reclaman – como hijos de Dios creados por su Amor – para ser administradores responsables de lo que se nos ha encomendado: nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestra ciudad, nuestro país, nuestro planeta.
Para responder a estos retos no se necesita una ideología. ¡Lo que se necesita es el proyecto del Amor! Se necesitan seres humanos sin miedos e inseguridades — seres humanos libres: libres para vivir, libres para compartir, y libres para reír y escuchar al hermano – al prójimo.
Para seguir el plan de Dios, es decir, para escuchar la voz del Espíritu Santo, necesitamos silencio en nuestro corazón. A la vez, nuestro corazón — el corazón humano – necesita ser escuchado por Dios y por nuestro prójimo. Nuestra Iglesia necesita escucharte — quiere escucharte para así experimentar el diario proceso de conversión en la vivencia como comunidad que somos.
Jesús te espera para escucharte. Él quiere escuchar tu voz porque solo así la Iglesia vivirá su vida sacramental diaria y la pondrá en practica en la vida cotidiana.
Entonces, con un corazón que permite escuchar y ser escuchado, y como los hermanos y hermanas que somos, hagamos presente, desde aquí y ahora, el reino de Dios – hagamos presente el Amor.
Si queremos crecer como Iglesia, tenemos que aprender a escuchar para enriquecernos mutuamente y abrirnos a abrazar y aceptar otras experiencias de fe. ¡Esta jornada solo puede ser enriquecedora y vivida cuando escuchamos al Espíritu Santo y dejamos que nos inspire y guie!