Era el 15 de noviembre de 2022 cuando el padre Bill John Acosta-Escobar, que entonces tenía 47 años, empezó a sentir un dolor inusual. Lo sentía en el pecho y en la pierna derecha. Condujo hasta el Hospital North de Wake Med, en Raleigh. Estaba a siete minutos de la rectoría donde vivía, dijo, y supuso que lo revisarían, le recetarían analgésicos y lo enviarían a casa.
Se enteró de que tenía problemas cardíacos y le pidieron que se cambiara de ropa para trasladarlo al hospital Wake Med de la avenida New Bern, donde podrían hacerle más pruebas.
Dejó un mensaje a su amigo, el padre Rafael León-Valencia, haciéndole saber que se dirigía a “Big Wake” para realizar estudios sobre el corazón. El padre Bill John empezó a cambiarse de ropa para el traslado.
Es lo último que recuerda de ese día.
“Según tengo entendido, mientras estaba en la ambulancia, tuve el primer paro cardíaco”, dijo a NC Catholics aproximadamente un año después del incidente. “Y entonces me pusieron un stent... [y] entonces empecé a desarrollar algún tipo de hemorragia interna”.
Posteriormente, el padre Bill John fue transladado al Hospital Universitario Duke de Durham, donde le realizaron el procedimiento de oxigenación por membrana extracorpórea, ECMO, por sus siglas en inglés, misma que le procuró soporte vital al padre.
“Cuando llegué a Duke, tuve otro paro cardíaco... No recuerdo nada de eso”, dijo.
Pasaría un mes antes de que le contaran lo sucedido y empezara a comprenderlo. El padre Bill John pasó semanas en coma inducido. Ese tiempo estuvo marcado por cinco operaciones, dos ataques de neumonía y uno de bronquitis, según dijo. Para el padre, hubo sueños vívidos y, probablemente, alucinaciones.
Su cuerpo estaba tan hinchado que no pudieron suturarlo de una vez, dijo. “Venían todos los días a ponerme tres o cuatro puntos, hasta que pudieron cerrarme completamente el cuerpo”.
En la séptima planta de Duke, su prima, Clara Rivera, se quedó tan cerca de él como pudo, teniendo en cuenta todas las máquinas y el espacio de trabajo necesario en la sala. Se había jubilado recientemente de la enseñanza en Nueva York y representaba a los miembros de su familia, que vivían en su país natal, Colombia.
El padre Michael Burbeck, vicario general de la diócesis, también estuvo allí todos los días del coma, dijo el padre Bill John. Y el obispo Luis Rafael Zarama era un visitante habitual.
Rivera decoró y redecoró la ventana de la habitación del padre con las tarjetas de felicitación que iban llegando. “Cajas. Le digo... cajas de tarjetas. De todas las aulas [del colegio Santa Catalina de Siena del que era párroco]”, dijo.
Ver las obras de arte de los alumnos y leer sus palabras era un consuelo para ella, sobre todo porque la ventana estaba junto a la silla donde se sentaba cada día.
Las superficies disponibles sostenían escapularios y una pequeña estatua de María. Muchos de los regalos eran de personas que deseaban poder visitarle. El equipo médico, dijo el Padre, estaba centrado en su salud y en mantener alejadas las posibles infecciones. Las visitas eran limitadas.
En su lugar, la gente rezaba desde sus casas y otros lugares. La parroquia del padre Bill John celebró horas santas y rezó rosarios por él. Lo mismo hicieron otras comunidades de fe.
“¡La cantidad de gente que llamaba todos los días! La cantidad de amor y cuidados que nos dieron a él y a mí!”, dijo Rivera con énfasis, recordando cómo la gente se ofreció a ayudarla y cómo se difundió la noticia de la hospitalización del padre. “Y luego conectaron con otras personas... Me di cuenta de que cada vez eran más y más. Fue como una reacción en cadena”.
La gente se preocupaba y quería conocer su estado. Las personas más cercanas al padre Bill John se enfrentaban a diario a decisiones sobre qué detalles compartir y cuándo. “No podían saber cuánto podían decir, por mi privacidad... las cosas que me gustarían o no”, dijo.
Fue un periodo de cuidados intensivos y estado crítico. Para Rivera, fue como si hubiera malas noticias sobre un órgano o un fluido cada día durante casi dos semanas. “No pasaba nada bueno”, dijo. “Cada día era algo peor”.
El equipo siguió intentándolo. Cuando se discutieron las difíciles decisiones entre el personal médico, Rivera y los Hermanos sacerdotes cercanos acordaron “esperar un día y ver”, dijo.
Poco después del día de Acción de Gracias, parecía que había llegado un milagro.
“Empezaron a bajar la sedación”, dijo Rivera. “Teníamos la esperanza, porque las cosas estaban mejorando. Fue un milagro. No hay otra explicación”.
Salir del coma
Salió del coma el 8 de diciembre de 2022. Era la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Pero durante el tiempo inmediatamente anterior, estuvo en un estado de conciencia cambiante.
“Cuando me estaba despertando del todo, cuando estaban usando todas las medicinas... empecé a recordar algunas cosas, sobre todo a algunos de los amigos sacerdotes que pasaron a despedirse”, dijo a NC Catholics.
Cuando el padre Bill John terminó de pronunciar estas palabras, sonrió. Y entonces se produjo una pausa silenciosa en la que solo se escuchó su respiración, sus ojos se desviaron hacia un lado y sus pulgares apretados se movieron siguiendo un patrón que quizá era de tanto autocomodidad como de nerviosismo. Ahogó las lágrimas.
“Sí recuerdo esas oraciones”, dijo, asintiendo con la cabeza y haciendo un gesto hacia su oreja con la mano.
Recordaba voces familiares y no sólo las oraciones de los sacerdotes y la forma en que rezaban, sino también las oraciones de su prima, unos diez años mayor que él, y su voz recitando devociones que aprendieron en la infancia.
A veces, las cosas daban miedo.
“Recuerdo... a la gente que rezaba en un funeral... Pensé que me iban a enterrar. Tenía sueños vívidos ... [en uno] recuerdo caer de un edificio y ver manos que intentaban alcanzarme y no podían ... Recuerdo que pensaba que caía al purgatorio, porque recuerdo que en el purgatorio no puedes rezar por tu alma, dependes de la oración de otra persona”, dijo. “Pero los médicos decían que eso formaba parte del proceso de las situaciones delirantes y las alucinaciones ...al estar medicado”.
Algunos de los cardiólogos, añadió, tenían un apodo para él que empezó a aprenderse durante su recuperación.
“Cuando pasaron a verme, me dijeron: ‘¿Cómo está el padre Lázaro?’ No sólo porque conocen la historia bíblica de Lázaro, sino porque, en cierto modo, están confirmando que allí ocurrió algo especial y lo atribuyó a que la gente de la diócesis rezó por mí”, sonrió.
Las enfermeras, añadió, le animaron a restablecerse y recuperarse.
“No podría haber estado en mejores manos, en el sentido espiritual y también en el médico... las enfermeras fueron realmente pacientes conmigo”, dijo, y señaló que volvía a visitar a quienes le cuidaron, también que reza por ellos todos los días.
La vida después de la UCI y el hospital
El padre Bill John abandonó la unidad de cuidados intensivos el 12 de diciembre de 2022, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.
Diez días después recibió el alta hospitalaria. Con su estatus diocesano de baja médica, ya no se esperaba que desempeñara las funciones de un párroco o sacerdote en activo. Se trasladó de la rectoría de la parroquia de Santa Catalina en Wake Forest a lo que se conoce como la Casa Gossman, una propiedad residencial diocesana en Raleigh donde vivió con monseñor Jerry Lewis.
Con fisioterapia y cuidados médicos, volvió a aprender a andar, comer, hablar y utilizar las manos para escribir. Una de las mejores noticias que recibió, dijo, fue cuando supo que estaba preparado para volver a conducir un coche.
Por primera vez desde que ingresó en el seminario en 1992, pudo pasar el día de Navidad con su familia en Colombia, en 2023. Celebró Misa con sus padres, amigos y otros familiares, incluida Rivera, asimismo, compartió su historia con ellos.
“Viajé con familias que ofrecieron promesas en mi nombre para mi recuperación”, dijo, añadiendo que le llevaron a Nuestra Señora de Guadalupe y Nuestra Señora del Rosario de Talpa, en México, Santuario del Señor de los Milagros en Buga, Colombia, y el Santuario de Lourdes y San Juan Vianney en Francia. Fue a Roma durante tres meses para un programa sabático que calificó de «sueño hecho realidad”.
En Estados Unidos, volver a conducir le dio libertad para visitar a sus amigos, celebrar Misa los fines de semana y hacer recados, como ir de compras. Inevitablemente, se cruzaba con personas que rezaban por él. A veces tenía la sensación de ver y hablar con personas que conocían su historia, pero a las que nunca había visto antes.
Le trajo consuelo, dijo, pero también le exigió humildad.
“Normalmente estoy acostumbrado a hacer cosas por la gente en lugar de que la gente haga cosas por mí. Normalmente no me gusta que me conozcan demasiado”, sonrió.
Cuando habla con los demás, surgen algunas preguntas comunes. ¿Vio la luz? No. ¿Vio un túnel? No. ¿Vio el rostro de Jesús? Tampoco. Las conversaciones a veces se vuelven profundas. Al fin y al cabo, muchas personas y sus seres queridos han pasado por situaciones similares que han puesto en peligro su vida, con resultados muy diferentes, como la muerte, recuperaciones más lentas y otras pérdidas.
“Es decir, se alegran de que esté bien”, dijo sobre las interacciones. “Pero supongo que se preguntarán: ‘¿Por qué el padre [Bill John] sí y mi marido no? ¿O mi mujer no?’”. Para todos los implicados, es una situación difícil sobre la cual reflexionar.
Aunque puede ver las cicatrices visibles de sus operaciones, hay muchas cosas que sabe que la gente, incluido él mismo, no puede ver, saber o entender. Las grandes preguntas entran en esa categoría. Puede sentir el dolor de otras situaciones, acompañar a la gente y rezar, pero dice que sólo Dios conoce realmente el porqué de la vida de las personas.
La vida hoy
Aunque el padre Bill John disfruto mucho durante su baja médica, echaba mucho de menos la vida parroquial. Fue en la primavera de este año cuando el padre finalmente fue asignado párroco de la parroquia de Saint Bernadette en Fuquay-Varina.
“Mi corazón funciona bien. Mis órganos funcionan bien. Me han puesto un desfibrilador en el corazón, por si lo necesito en el futuro. El corazón late como cualquier otra persona. Pero necesito, por supuesto, ahora mismo perder algo de peso”, sonrió. “Las oraciones son importantes... para los que luchan y tienen dificultades. Creo en todo lo que hicieron, porque veo todas mis cicatrices... a veces me gustaría tener un poco más de memoria para que fuera más real para mí por dentro, pero supongo que no es lo que el Señor quería. Ahí lo tienes. Los planes del Señor no siempre son los mismos que los nuestros. Pero estoy muy feliz de estar aquí”.