Viajando contemplaba un bellísimo ocaso, y decidí tomar fotos de ese momento tan bello. Tome una y otra foto, buscando captar toda la belleza de ese momento cambiante. Era imposible distinguir cual de esos momentos era el mejor de todos y determinar si la foto había captado en su plenitud toda esa belleza.
Recapacitando, caí en cuenta que estaba tan ocupado en este proceso de sacar la foto perfecta, que me olvidé de vivir ese momento, ese regalo perfecto de belleza.
Con la facilidad que nos dan los celulares, tenemos a mano cámaras que en cualquier momento nos da la posibilidad de plasmar el evento en una fotografía y compartirla inmediatamente. Así son los avances de la tecnología.
María, nos dicen los evangelios, guardaba todos estos momentos en su corazón.
Es importante guardar buenas memorias en fotos, o en un folder de un computador, o en los celulares. Sí, pero esos momentos adquieren especial significado si primero han sido impresos en nuestros corazones.
El afán de compartir nos lleva muchas veces a no disfrutar o no vivir el momento por buscar grabarlo en una foto y/o compartirlo a través de las redes sociales.
Jesús, cuando curaba o hacia un milagro, daba esta orden: no cuenten a nadie lo que ha pasado o han visto. Es muy interesante esta orden de Jesús; nos podemos preguntar ¿por qué la hizo? Bueno, pienso yo, que Él quería permitir que ese evento – ese acontecimiento – encuentre y eche raíces en el corazón primero antes de salir a compartirlo, para que ese compartir se dé no por euforia, sino por convicción.
No es suficiente la vivencia del momento. Más bien, cuando esa vivencia encuentra espacio en el corazón, se convierte en un tesoro que trasforma y que nos empuja a compartir lo que se ha atesorado, apreciado y agradecido.
Lo mismo puede pasar en nuestras vidas con cado uno de los momentos que vivimos, con cada acontecimiento que el Señor nos regala: lo primero es vivirlo, luego apreciarlo y atesorarlo, para después compartirlo.
El afán desmedido de compartir, de sacar foto a todo, o de una selfie, nos impide estar inmersos en el momento y dejar que este enriquezca nuestros corazones.
No hablo mal de la tecnología, pero hay que saber tener un balance para permitir que podamos vivir el presente en su plenitud, y aprender a sacar aquella foto que, en el futuro, será un recuerdo de lo que fue atesorado en el corazón, y que será compartido con la historia que ese recuerdo conlleva.
Busquemos seguir el ejemplo de María, para que nuestros corazones no queden reducidos a ser fólderes básicos y fríos y sean, en vez, recipientes de inmensos tesoros de vivencias ricas en vida, en gratitud y en Amor. Así, maduradas y enraizadas en nuestros corazones, podremos entonces salir a compartir las maravillas que el Señor ha obrado en nosotros.