“Todo ha sido preparado para nuestra participación en la celebración de la Santa Misa.”
El tiempo que dedicamos a la celebración de la Santa Misa no es para hacer un simple acto de presencia – un cumplir – sino que debe ser nuestra respuesta personal a la invitación de participar activamente en ella. Esta participación implica y supone nuestra apertura de corazón al Misterio que se celebra.
Todo ha sido preparado para nuestra participación en la celebración de la Santa Misa. Primero, para la celebración de la Palabra se lee de una hoja impresa con la Palabra de Dios. Esa hoja, que empezó como un simple papel en blanco, quedo trasformada al “dejarse” imprimir con el contenido y el mensaje de la Palabra que espera ser compartido y proclamado.
Segundo, para la celebración de la Eucaristía, en el ofertorio se presentan el pan y el vino, fruto de trabajo del hombre. El grano de trigo “se dejó” moler y moldear para tomar la forma de la hostia. La uva “permitió” que todo su jugo se extrajera y fuera procesado para que se convirtiera en vino.
Ese pan y ese vino, presentados en el ofertorio, se prestan otra vez para ser convertidos, ya no por manos del hombre, sino por el misterio de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, en banquete de Amor – en Jesús presente sacramentalmente.
La Palabra que se nos proclama en la Santa Misa espera ser acogida y escuchada, no simplemente oída. Jesús sacramental – las formas de Pan y Vino – espera ser recibido en un corazón abierto y generoso.
Que este sacrificio mío y de ustedes sea agradable a ti Dios Padre Todopoderoso [Liturgia de la Eucarística].
¿Sacrificio en qué sentido? El sacrificio es siempre una expresión de Amor, en beneficio del prójimo. La Eucaristía es eso, un Sacrificio – la donación del mismo Jesús, a través de la proclamación de la Palabra y de su cuerpo y su sangre, en beneficio nuestro.
Es la Palabra la que nos habla, el pan el que nos alimenta, y el vino el que nos alegra – aquello se nos ofrecen para que nosotros, siendo parte de la celebración de ese Misterio, seamos transformados por la Palabra que escuchamos y el cuerpo y sangre de Jesús, el Amor, que recibimos.
Así como el papel permitió ser impreso con la Buena Nueva, y el trigo y la uva dieron su fruto para ser presentados y transformados eucarísticamente, Jesús, presente en este Misterio necesita corazones dispuestos a ser transformados en instrumentos de Amor y Misericordia.
¿Cuál es el sacrificio que se nos pide? Participación, humildad, y confianza para permitir que Jesús cambie palabras vacías, oídos sordos y cerrados por el odio y la envidia en palabras de esperanza y de Amor – dispuestos a escuchar y, así, abrir espacio a la buena Nueva de la esperanza de la resurrección.
Jesús sacramental busca transformar corazones cerrados, heridos, tenebrosos, desconfiados, pecadores en corazones abiertos, alegres, y sanados que permitan ser abrazados y abiertos a abrazar.
No podemos convertir nuestra participación en la Santa Misa en una presencia pasiva; esto no permite que seamos tocados por el Amor. No podemos permitir que nuestra agenda le impida a Jesús obrar en nosotros.
El Amor de Jesús no podemos manosearlo o acomodarlo a nuestra conveniencia. Ese Amor es Jesús quien quiere y busca que experimentemos, desde aquí y ahora, el Amor, la Verdad, y la Alegría de saber que somos amados. Ese Amor descubre lo mejor de nosotros mismos y nos abre a compartir ese tesoro y, también, a estar abierto al tesoro del prójimo.
¡Que regalo tan inmenso es el poder recibir a Jesús Eucaristía! Sin embargo, muchas veces lo hemos dejado pasar de largo, o lo hemos manoseado tanto que no permitimos ser transformados en la Verdad de quienes somos.
La negación de Jesús sacramental, nuestra ignorancia, nuestra arrogancia y aparente autosuficiencia han hecho que construyamos imágenes falsas y egoístas de nosotros mismos – imágenes que no tienen espacio ni para uno mismo ni para el prójimo. ¡Donde no hay lugar para el Amor y la Verdad, no hay lugar para Jesús!
Ser humildes y aceptar nuestra necesidad del Amor verdadero es lo que se requiere para permitir que – con nuestra activa participación en cada Santa Misa – nos convirtamos en lo que celebramos, en Amor -- reflejo de quien celebramos, ¡JESUS!